Que los dueños de esclavos reservaban a veces un trato digno para sus subordinados es algo bien sabido; que los propietarios de centros de trabajo y equipos productivos en no pocas ocasiones respetan y escuchan a las personas que para ellos trabajan, también; que las mujeres que dependen material y simbólicamente de su compañero no se ven necesariamente envueltas en relaciones vejatorias parece una obviedad; que las personas pobres pueden ser objeto de una asistencia que incremente su bienestar, otra. Pero una aproximación republicana a la libertad no puede dejar de señalar que esclavos, trabajadores asalariados, mujeres y, en general, “pobres” son sujetos desposeídos y, por ello, dependientes, sometidos al capricho de instancias ajenas. En pocas palabras: no pueden ser libres. Seguir leyendo el comentario de David Casasassas aquí.